No era un día normal y se notaba en el ambiente. Era día de celebración y feria condicionado por una situación sanitaria irregular. Los libros y librerías salían a las calles en busca de sus acérrimos lectores, dado que la situación invita a leer y viajar entre las páginas.
Mi día empezaba lleno de emociones. Desde mi adolescencia espero cada año ansioso la llegada de este día. Es un día para buscar una nueva aventura que vivir, algo nuevo que aprender o unos versos en los que perderse. En mi caso, es un día para seleccionar un par de libros con mi corto presupuesto.
Llegué temprano a la feria y empecé a rebuscar entre los libros que los libreros aún no habían terminado de colocar. De mesa en mesa y de caseta en caseta, terminé con una selección de 25 de los más de 2.000 de mi lista de libros para añadir a mi biblioteca personal. Llegaba la hora de elegir y mi indecisión iba en aumento. Terminé por escoger un libro de un amigo y maestro como forma de invocarle y con la esperanza de encontrarnos -y funcionó-. Me encontré con él y mi sonrisa se convirtió en imborrable. Él me dedico su primera novela con la esperanza puesta en que algún día sea yo quien le dedique a él mi primer texto publicado.
El día no acabó ahí. Marchamos de ruta hacia varios lugares mágicos: una ermita visigótica y un dolmen de la prehistoria. A pesar de su sencillez ambas me impresionaron enormemente, pero fue en el segundo donde ocurrió un suceso que me hizo vencer uno de mis mayores miedos. La adrenalina y la ilusión por retarme a mí mismo empezó a invadirme -y lo logré-.
Cuando llegué a mi casa, me sentía invencible. No podía dejar de sonreír, y me emocioné. Las lágrimas inundaron mis mejillas, limpiando mi alma llena de inseguridades, miedos y defectos. Sin duda fue un día mágico como ninguno otro en mi vida. Jamás olvidaré este 23 de abril del 2021.
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